Traducir contenido ajeno a otro idioma es muy positivo como mecanismo de difusión de la obra original, pero hacerlo sin autorización podría no serlo tanto. Aquí te decimos por qué.
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¿No te ha pasado que cuando navegas por Internet te consigues con artículos o ensayos interesantísimos en otro idioma distinto al tuyo y la primera idea que te viene a la mente es traducirlos y compartirlos con tus seguidores o nicho habitual en las redes sociales?
Pues es habitual. Cada usuario de las redes sociales es un curador hoy del contenido que comparte. Sobre todo si el contenido es ajeno. Su actividad intelectual consiste en localizar, seleccionar y compartir lo que su propio juicio determina como de interés general.
Sin embargo, no siempre la información de interés está en su propio idioma, por lo que suele plantearse entonces hacer la traducción. Esa alternativa se justifica por dos razones: porque el contenido hallado es muy interesante para determinada audiencia, y en segundo lugar porque traducirlo es una forma de hacer accesible el contenido a un público diferente al del idioma original.
No obstante, la traducción así concebida podría acarrearte algunos inconvenientes, sobre todo de índole legal, si no actúas con diligencia. Y actuar con diligencia en estos casos, significa tener presente lo siguiente:
La traducción debe ser autorizada
Sí. Toda traducción es una transformación de la obra original. Por lo tanto, se requiere siempre la autorización del autor o editor de la misma, pues aunque la traducción de la obra implica un incremento de la audiencia que tendrá acceso a ella, éstos podrían no desear que se traduzca a otro idioma o tener algún contrato de exclusividad con un tercero que les impida otorgar la autorización para que se lleve a cabo.
No basta indicar la autoría sobre la obra original
Pues el hecho de que menciones el autor, lo que significa es que estás reconociendo la paternidad sobre el contenido traducido, pero no por ello que cuentas automáticamente con la autorización para hacerlo.
Toda traducción lícita es una obra nueva
Claro, nos referimos a las traducciones autorizadas. Eso significa que una cosa es la obra original, y otra distinta la traducción que de ella se haga a un idioma diferente.
En este caso, el traductor es autor sobre su traducción sin perjuicio de los derechos del autor sobre la obra original. Pero como ya dijimos, para que el traductor pueda invocar derechos sobre la traducción, ésta tiene que haber sido autorizada, caso contrario será ilícita y podrá ser demandada.
Qué hacer para traducir y evitar riesgos
Lo primero que debes hacer es averiguar quién es el autor o editor del contenido que quieres traducir, y lo segundo es solicitar el permiso para hacerlo. A veces basta enviar un correo electrónico y recibir por la misma vía un ok.
Ahora bien, si no recibes la autorización, aún te queda otra opción: haz valer tu derecho a cita. Eso significa que puedes traducir partes no sustanciales de la obra, que sirvan para ilustrar tu propio pensamiento sobre la temática de que se trate. En ese caso puedes insertar literalmente las partes traducidas que estás usando como derecho de cita, o hacerlo contextualmente. En cualquiera de los dos casos debes mencionar el autor de la obra original, e insertar el link que dirija al contenido citado.
Ya lo dijimos en un post anterior titulado Cómo citar un texto ajeno y no plagiar en el intento: La clave es que la cita se haga conforme a los usos honrados, es decir, que no atente contra la explotación normal de la obra original, ni cause un perjuicio a los intereses legítimos de su autor.
¿Y qué pasa si traduces sin autorización?
Cuando traduces sin permiso, pueden pasar dos cosas: que el autor original te lo agradezca porque eso significa mayor difusión para su obra, lo cual suele suceder, o que el autor de la obra traducida te reclame por uso ilícito, que también es frecuente y tengas que pagar por ello una indemnización económica. Eso sin entrar a considerar que además de los daños civiles, una traducción no autorizada es un delito en la mayoría de las leyes de propiedad intelectual.
Más allá de la buena intención que cada quien tenga al hacerlo, lo determinante es que se tenga conciencia de ello. Es un riesgo que cada quien decide si corre o no.
¿ Y tú que opinas?
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