En los últimos diez años, Internet se ha encargado de demostrar que los seres humanos, a lo largo del tiempo, nos tomabamos las cosas con mucha calma. Tal vez se debía a que somos herederos de las cuevas, y alli la vida transcurría muy lenta, tan lenta como un bostezo.
En cambio, en esta última década nos hemos vuelto adrenalinadictos. Nos encanta la velocidad y experimentar nuevas formas más eficientes de hacer lo que habitualmente hacíamos. Todo crece con Internet, el nivel de afectación es general, no hay espacio para el sosiego. Las estadísticas muestran sin margen para la duda algunos cambios de la realidad que nos abruman, que son tremendamente impactantes, son palpables, reales. Veamos:
En apenas 10 años, los usuarios de internet en América pasaron de ser 20 millones en el 96 a 245 millones en el 2011; el tiempo de conexión se incrementó en ese mismo período de media hora por mes a 27 horas por mes; el tiempo de descarga de una página web se redujo de un minuto a seis segundos, la capacidad de almacenamiento de información se ha ido incrementando exponencialmente: bits, bytes, megabytes, gigabytes, terabytes, petabytes…un tercio del mundo ya está conectado, y no hay vuelta atrás.
Ha operado el tránsito de la unidireccionalidad a la bidireccionalidad; del usuario pasivo al usuario activo, al internauta generador de contenido, programador, opinador, en suma, un sujeto que toma sus propias decisiones en lo que tiene que ver con su presencia en la Red…o por lo menos así parece.
Ahora, cuál ha sido el precio de ese cambio vertiginoso que pocos cuestionan y muchos aplauden?. Por ejemplo, cómo ha afectado esta inmersión digital el proceso natural de aprendizaje de nuevas herramientas, de nuevos conocimientos, cómo ha incidido en la configuración de las conductas habituales del hombre de hoy?. Creemos que de varias formas, pero sobre todo:
1. Haciéndonos seres modelables.
Nuestra conducta es incidida, predetermidada, modelada. Los deseos habituales son estimulados desde distintos frentes de interés, consumimos por reacción y no por acción, a menudo nuestra capacidad de decidir no es tan vasta como la propia conciencia, sino más bien orientada en la dirección predeterminada por los sujetos y factores modelantes.
2. Haciéndonos ansiosos.
La consigna de estos tiempos es a una voz: por qué invertir tanto tiempo, de manera desasosegada, en leer, por ejemplo, grandes volúmenes y esperar que la anécdota se nos muestre tal cual en la última página; por qué seguir hojeando libros de la manera habitual, por qué una lectura por placer?…el internauta hoy va de texto en texto, lanzando hojeadas de ráfaga, brincando títulos a la carrera, deglutiendo frases, acumulando notas infinitas al tacto vertical de los ojos. No hay tiempo que perder – dice- la información ha de ser posteada, blogueada, twiteada, pero ahora, ya, en este instante.
Al final de esa carrera de vértigo, queda un hombre exhausto, curiosamente exhausto.
Y el precio?…la superficialidad. Como dice Nicholas Carr (Carr, 2011: 19), en el pasado fuimos unos buzos en un mar de palabras. Ahora nos deslizamos por la superficie como unos tipos sobre motos acuáticas.
Salve, pues, vida rasante!
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