Con la tercera revolución industrial se dará paso a una nueva concepción del trabajo: será más humano, más colaborativo, donde se pondrá énfasis en la creación de capital social, nuevas formas de experimentar al «otro» y trascendernos a nosotros mismos.
Tradicionalmente el trabajo ha sido concebido como un medio, como una herramienta para lograr fines de mayor entidad y propósitos más elevados bien que se lleve a cabo en el ámbito de la administración pública, bien que tenga lugar en el sector del mercado privado de bienes y servicios.
En la era industrial, dice Rifkin, ha estado arraigada la imagen de trabajadores casi robotizados y distribuidos en torno a largas cadenas de montaje donde, por turnos y sin pensar, van ensamblando piezas a los productos en proceso de elaboración.
No obstante, estamos justo ahora en el comienzo de una nueva era en la que se está dejando atrás esa forma de encarar el trabajo como medio, como herramienta, por una en la que el trabajo es un fin en si mismo. Es una especie de transición hacia un modelo colaborativo, más humano, cuyas características podríamos resumir así:
Los nuevos valores del trabajo.
En esta nueva era, que es una suerte de transición entre la saga industrial y la era colaborativa emergente, el trabajo es un fin en el que cobra mayor importancia el juego creativo, la interactividad entre iguales, el capital social, la participación en espacios abiertos en régimen de dominio público, y el acceso a las redes globales -dice Rifkin. Se trata ya no de producir en términos de mercado, sino más bien como actividad en cuya realización se crean condiciones para un incremento del capital social.
En otras palabras, ir dejando progresiva y definitivamente en manos de las tecnologías inteligentes los trabajos más duros mientras los seres humanos se dedican a aumentar su sociabilidad.
El auge del tercer sector.
¿Y hacia dónde se producirá ese desplazamiento humano para instaurar esta nueva concepción del trabajo?
Pues hacia la sociedad civil, hacia las organizaciones sin fines de lucro. Ese sector que tradicionalmente ha sido visto con desprecio y en relación de minusvalía productiva comparado con los otros sectores tradicionales proveedores de empleo, como son la administración pública y el mercado empresarial privado.
Rifkin apoya esta predicción en cifras reveladoras: el tercer sector mueve un volumen total de 2,2 billones de dólares en gastos de explotación, y en países como EEUU, Canadá, Francia, Japón, Australia, la república Checa, Bélgica, y Nueva Zelanda el tercer sector repreenta el 5% del PIB.
Este sector de las organizaciones no gubernamentales es inmune a las computadoras pues es en donde conectamos con la cultura, creamos lazos afectivos, y el sentido de compromiso en nuestras sociedades. Y remata Rifkin dicendo: «Hay una oportunidad muy grande allí. El 40 por ciento del empleo de la UE, por ejemplo, va a pertenecer a ese sector ¡el 40 por ciento!»
El nuevo rol del trabajador: el juego profundo.
La consecuencia de liberar al ser humano del trabajo duro y dejar que lo lleven a cabo tecnologías inteligentes, es la creación de mayores espacios para lo que Rifkin llama el juego profundo.
En otras palabras, mayores espacios y oportunidades para crear fuertes lazos de participación que permitan explorar nuestra humanidad, nuestras relaciones interpersonales con los principios humanos de vida. Si tomas todo el arte, la religión, lo secular, la justicia social, lo cívico, la comunidad, los deportes, todos son juegos profundos. El resultado final es la alegría, la revelación real.
La gente lo hace porque da un significado a sus vidas. Es lo que uno recordará de la vida en su lecho de muerte, concluye Rifkin.
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