Solo en estado de sosiego vemos más. Vemos la realidad exterior de las cosas, pero también lo que no está a simple vista y lo que significa en el contexto. Vemos el árbol -por ejemplo- y sus ramas y el color de las hojas y la tierra sobre la que descansa el árbol; en el estado de sosiego nos preguntamos cuántas raíces lo sostendrán, cuántas otoños le habrán aterrado, cuál de sus hojas le habrá dolido más al caer.
Sin embargo, hoy tendemos a ser seres desasosegados, veloces en el ser y el hacer. Los tiempos así lo demandan, dicen los más avezados, convencidos de que la carrera en si misma es el afán aunque el objetivo no esté definido del todo.
Ocurre a menudo con la información. Hoy acumulamos grandes volúmenes de datos que rápidamente olvidamos. La información nos llega a raudales desde distintas fuentes tradicionales y también más contemporáneas; la oferta de las distintas plataformas digitales de contenidos, por ejemplo, es abrumadora. Pero paradójicamente poco de ella llega a convertirse en conocimiento porque la información así recibida está destinada a ser no más que una montaña de datos de los cuales pocos alcanzan a ser leídos, vistos o escuchados y de ser así lo será siempre con urgencia. En suma una cosa efímera cuya duración depende de la velocidad de la otra que ya viene en camino, y así sucesivamente con cada nuevo dato viene también un nuevo olvido.
En estos tiempos hay poco lugar para el asombro; reflexionar es una acción en desuso sustituida por el afán de correr; de portar datos de ocasión y prevalecer a toda costa en la superficie.
La información es acumulativa, el conocimiento es selectivo, nos enseña M. Cortella. De manera que para llegar al conocimiento, entendido como el descenso a la profundidad, primero debemos reservar espacio para la reflexión sosegada e identificar el tópico de preferencia y compromiso; luego hagamos curaduría, descartemos sin apegos, particularicemos, y entonces adentrémonos en la reflexión dando rienda suelta a las preguntas. En ese ejercicio con las preguntas, lo relevante es siempre el hecho de tenerlas.
Ya lo dijo William Blake: estrictamente hablando, todo conocimiento es particular [..] todo conocimiento general es un conocimiento remoto: la sabiduría, y también la felicidad, estriban en lo concreto.
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