La pandemia del Covid-19 ha mostrado y demostrado también otras cosas, tal vez menos imperceptibles pero no por ello menos importantes. Una de ellas es la tendencia al ruido a como de lugar. Una especie de acuerdo tácito de decir de todo y a toda costa, como si la experticia profesional proviniera del mucho decir.
Estamos en la era del ruido exacerbado. No del ruido ocasionado por los altos decibeles, sino por el ruido de la palabra abundante e irreflexiva; de la palabra hecha discurso de ocasión; de la palabra dicha que no acierta porque no hay una idea que expresar, un conocimiento que compartir. La misión es otra: estar, decir, mostrar.
Tal vez es lo aconsejable por algunos expertos en imagen y marketing profesional. Estar a toda costa, hacerse presente, dejarse notar, destacar, competir diciendo aunque en el decir el rigor del abordaje temático importe un bledo.
La cura a ese mal es el silencio. No el silencio de la huida, sino el silencio del estudio y la reflexión; el silencio como siembra y preparación; el silencio que pone en descanso el ego para dar paso al alumbramiento de las ideas. Es sano y hace bien descubrir nuestros propios límites, nuestro no saber.
Como cita el gran Tolstoi, la sabiduría oriental nos enseña que hay tres excelentes palabras breves que deberíamos decir más a menudo : No lo se.
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