Hace ya más de 14 años desde el febrero aquel de 1996, cuando Barlow escribió el documento que se transmitió por todo el mundo bajo el título: «Declaración de la Independencia del Ciberespacio«. Más que un acto de rebeldía, fué el reflejo de cientos de miles de personas que les hubiera encantado decir lo mismo de contar con una pequeñísima parte de su desparpajo.
El cuento resumido es más o menos así en la dicha declaración: señores de los gobiernos del mundo, señores oficiales del status quo, nosotros los usuarios del ciberespacio estamos construyendo un espacio, un mundo nuevo, donde ustedes no tienen cabida con sus leyes habituales. El Ciberespacio está formado por transacciones, relaciones, y pensamientos en sí mismo, que se extiende como una quieta ola en la telaraña de nuestras comunicaciones. Nuestro mundo está a la vez en todas partes y en ninguna, pero no está donde viven los cuerpos. Nos extenderemos a través del planeta para que nadie pueda encarcelar nuestros pensamientos. Así que ni lo intenten!
Ahí está!. Ni que lo hubiéramos ensayado tanto como el numerito cultural aquel de fin de curso de la burriquita, himno nacional incluído.
Catorce años después esas frases siguen vigentes y a más de uno de nosotros le ha provocado morirse aunque fuere por un rato para no tener que seguir escuchando en pleno siglo XXI palabras como censura, control de la red, gobierno digital, bloqueo web, propaganda digital, etc.
Chile aprobó recientemente una ley de neutralidad de la red, España busca firmas para hacer otro tanto. Los internautas quieren libertad. ¿Acaso el ser humano no tendrá nunca sosiego para poder disfrutar sin sobresalto de su derecho natural a ser libre?
En esto pensaba en la cama cuando me asaltó una idea insólita, alimentada con muchos titulares de la prensa online, leídos por ahí en estos últimos días.
Qué pasaría si un día, sin que nosotros le otorguemos democraticamente ese derecho, un ser humano de este planeta, con suficiente poder, se abroga tiránicamente todas las facultades universales que tenemos y declara una mañana, con cara de orangután:
– Esto es un golpe de Estado a la red.
– A la red. ¿Cál red? -me pregunto sobresaltado, con cara de bolsa.
– A Internet, carajo! -contesta el tirano, en pefecta sincronía, como si me hubiera escuchado.
-Desde este momento -continúa diciendo- todo el mundo en linea, derechitos, y ¡ay! de aquél que se me descarrile…
-Tomen nota. Rápido carajo! -grita el tirano, y acto seguido dicta sus primeras 7 leyes.
1. Desde este momento Internet es mi hacienda. Todo acá me pertenece: los contenidos, los ISP, los dominios, las URL, el material de los sitios web, los blogs personales y empresariales, los protocolos de seguridad, las contraseñas, el hadware, el software, el control sobre los nodos, todo todito todo.
2. No más nuevas redes sociales. Busquen en cielo y tierra a esos tales Zuckerberg y Dorsey y me los meten presos por andar inventando esas vainas y que para socializar la red…no chico, la gente se embrutece pegada todo el día a la pantalla de una PC o un móvil, viéndole el trasero a un bendito pajarito azul.
3. Solo 500 seguidores. Durante la transición al desenchufe total, permitiré sólo quinientos seguidores por usuario en twitter y quientos amigos en Facebook. Así que escojánlos, y apúrense porque desde mañana sólo tendrán en su cuenta esa cantidad de partners preferidos y al resto o los borran ustedes mismos o se los borro yo de un plumazo. Me gustaría verlos por un huequito sufriendo al tener que escoger entre tantos seguidores cuál mandarán al mismísimo infierno con un solo clicketazo. ¡Qué vaina tan buena!, jijijijijijijijiji.
4. Seamos machos, carajo. En esta transición, declaro desterrado de la red el uso de palabras como libertad, amor, alegría, derechos, solidaridad, igualdad, democracia. ¡Qué vaina es esa!. Tantas palabras edulcorantes me enervan la diabetes, así que acostúmbrense a escribir sin ellas, usen otras palabras más adecuadas a este nuevo tiempo y sean machos carajo, que parecen todos unas jevas.
5. Cero derechos humanos. Si alguno se me descarrilla y no me deja más remedio que convencerlo amistosamente a punta de palos, no pretenda invocar la Declaración Universal de Derechos Humanos porque a mí nada que ver. Pero bueno, ustedes son idiotas, cómo van a andar por ahí invocando leyes del mundo offline en el mundo de la red. No señor. Aquí todo es online, virtual, onnipresente, salvo los peinillazos que seguirán siendo tan reales como el recibo de la luz.
6. Saturación por rebelión. Y tomen nota: si a pesar de la reducción de seguidores y amigos, se trama una rebelión en la red, les juro que les saturo el sistema y bloqueo la navegación. En Twitter, por ejemplo, el mensaje del sistema no será «Twitter is over capacity» y la imagen de la ballena siendo rescatada por los pajaritos azules. No señor!. Todos recibirán un mensaje de que se les ha acabado el pan de piquito y una advertencia de que si reinciden los devuelvo de un plumazo y para siempre al mundo 1.0, por el resto de sus días.
7. Yo, el supremo. Finalmente, es de obligatorio cumplimiento seguirme todos; sólo yo dispondré desde hoy de una cuenta online con perfil ilimitado para ser seguido por todos toditos todos, y recibir por esa vía salutaciones y plácemes con ocasión del aniversario de mi bautizo, primera comunión, confirmación, cumpleaños, matrimonio, con ocasión de frases ingeniosas, nacimiento de un hijo, y en fín cualquiera circunstancia que a juicio mío, y no de ustedes, requiera ser realzada para beneficio de este pueblo de internautas.
– Riiiiiiiiing!
Me levanto sobresaltado y agarro el teléfono, sudando y casi sin aliento.
– Rafael? -escucho en la linea.
-Sí
– Qué haces, es Mario. Te estoy esperando afuera para ir a la librería.
– Coño chamo, gracias !!!!!!
– Por qué? ….tú como que estás fumao?
-Por despertarme de esta pesadilla!
Cuelgo el teléfono y voy a vestirme a la carrera, feliz.
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