El comienzo de año es un confesionario.
La diferencia es que no nos arrodillamos como en las iglesias, frente a una ventanita impersonal y empezamos a contar medias verdades con tal de no ir a parar a un recinto especial, en el octavo círculo del infierno de Dante.
Después de la euforia de diciembre, cuando ya no queda en nuestros bolsillos ni un solo peso que gastar ni una pequeña ración de comida que engullir ni un trago más de licor que beber, nos retiramos a nuestras habitaciones y solos solitos con nosotros mismos decimos cónchale se nos fue la mano, es hora de ponernos serios. Solemos entonces hacer un inventario, justo los primeros días del año, de todo lo que no fue posible el año anterior, más por nuestra actitud de completa pasividad -lo que Savater llama un ser cosa- que por factores externos que lo hayan impedido. Nos decimos y nos prometemos que ahora sí. Éste será el año del despegue -juramos por lo que queda de Santa Claus- y enseguida emprendemos manos a la obra en pos de nuestra realización plena.
«Escribiré un libro para desarrollar la teoría novísima de que en diciembre nuestro abdomen crece»…» haré ese postgrado pendiente sobre la religión de los peces en la universidad de Zabalam»,… «y ahora sí, emprenderé el proyecto de empresa que se dedicará a archivar en el más grande archivo del mundo mundial los tweets que nadie lee»,… «y seré mas simpático»… «y pagaré mis cuentas»… «y hasta si me queda tiempo juro que haré el camino de Inanna antes de descender a los infiernos: Uruk, Badtibira, Zabalam, Adab, Nippur, Kish, Acad…(ect)».
Esta fiebre de propósitos nos suele durar un mes.
Los propósitos se empiezan a enfriar. En febrero o marzo vienen los carnavales -los de Río de Janeiro son una maravilla- y hay que empezar por buscar esos trajes de baño y esos planes vacacionales de 2×1 que nos puedan llevar, por lo poco que nos queda de dinero en nuestras cuentas de ahorro, al cerro del Cristo Corcovado, o a disfrutar los bailes salvajes de 4 días con la carroza de la Escuela Portela en el Sambodromo de Río.
Luego viene la Semana Santa. Esa lista de propósitos que anda por ahí puede esperar: hay que vestirse de morado, llegar de rodillas al pleno templo del Nazareno de San Pablo y jurar por el único hijo de María, que nos hemos estado portando del carajo; que no estaría de más que el Nazareno nos hiciera un milagrito. Después, con las rodillas moradas, sangrantes, nos ponemos de pie, casi ungidos, y nos vamos derechitos a completar por nuestra redención el recorrido de los 7 templos.
Más tarde llegamos a casa. Lanzamos los atuendos de fieles creyentes, agarramos el traje de baño, la cava, la mochila con un pantalón y una camisa y ropa interior para 7 días, y para la playa se ha dicho: vamos a parar, casi santos, a la playa, en medio de las bendiciones que por el alto parlante de la música nos mandan incesante nuestros amigos de Tambor Urbano o las caderas pecaminosas de Shakira con aquello de «Loca Loca Loca». ¡rumba total!
Y la lista de propósitos?…Por ahí!
Quién se va a estar ocupando de ella cuando ya vienen las vacaciones escolares, los niños estarán sin clases durante dos meses y hay que organizarles algo en estos agosto y septiembre calurosos.
-Mi amor, nos queda dinero para eso?
– Qué importa. Ya aparecerá!. Visa lo hace por tí.
Finalmente las vacaciones escolares han terminado. A trabajar. Se renueva el entusiasmo, los hijos se levantan temprano, los colegios imprimen energías en medio del griterío de muchachos. Las oficinas se vuelven emporios de pura adrenalina que no dura mucho.
Una luz se enciende en lo alto del Avila, las tiendas se vuelven luminosas y cientos de miles de luces se van apropiando de la ciudad, hasta hacer de ella una vela inmensa.
LLegó diciembre. Es Navidad.
Volvemos a la habitación, solo solitos.
Buscamos en el baúl. Hay un papel ya amarillento, con unas lineas a mano, muchas lineas enumeradas.
– Qué es eso mi amor? -pregunta la esposa que siempre aparece.
– Una lista.
– De qué?
– De propósitos de comienzo de año.
– Cumplidos, mi amor?
– No, ninguno.
– Y entonces?
-Entonces qué?
– Para qué tanta mala vida con eso, cielo.
– Para mantener la costumbre.
-Cómo así?
– Prometer.
-???
– El ser humano es imperfecto, se miente a sí mismo con regularidad. Y para no sentirse mal, promete. La promesa suele ser en sí misma un remedio para su alma, aunque no la cumpla.
– Y si la cumple?
– Conocerá el éxito!
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